Tras 32 Años De Angustia, Pudo Abrazar De Nuevo A Su Hijo Robado

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Aunque pasen los años, el amor entre una madre y su hijo no perece. Como decía Juan Gabriel, es un amor eterno que se debe a una conexión que sólo ellos entienden. Justamente eso lo entiende muy bien esta madre, que se pudo reencontrar con su hijo luego de 32 años de que desapareciera. Ella nunca lo dejó de esperar.

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Esta dramática historia empezó el 25 de septiembre de 1987, cuando Jonathan -entonces de 3 años de edad- jugaba con su hermano Alfonso -que tenía 7- en las calles del barrio Minuto de Dios (Bogotá, Colombia). En aquel momento, un hombre ofreció comprarles dulces y se los llevó.

La escena fue presenciada por Juan Jiménez, el hermano del medio que tenía 5 años. El problema es que Jonathan no apareció más y, por más desespero que la madre pusiera en buscarlo, nunca lo pudo hallar.

El asunto se complicaba aún más pues, aunque el niño había nacido en su casa, no estaba en el registro civil. “En ese momento sentí un dolor que solamente Dios y uno lo saben, los demás sólo juzgan y critican. Solamente uno guarda ese dolor”, cuenta una dolorida Ana Jiménez.

Desde aquel día, la joven de apenas 22 años de edad sintió haber perdido un trozo de su vida y su corazón. Todos los años se sumaba aún más dolor a una pena que no podía superar.

Quien se llevó al niño fue Camilo Guzmán, amigo de la pareja sentimental de Ana y que era sargento de la policía. Este mismo hombre fue quien le confesó el hecho en 1994, contándole también que lo había hecho por órdenes del oficial.

“Me vino a decir que al niño se lo habían llevado para Estados Unidos y que estaba bien que él iba a estar mejor que conmigo, pues estaba con una familia adinerada”, contó Ana.

“Yo tenía la ilusión de que algún día lo iba a ver, nunca me fui de la casa porque algún día iba a llegar mi hijo hecho un ‘bizcocho'”, recordó la angustiada madre, que nunca perdió las esperanzas.

Uno de los hermanos de Jonathan decidió tomar la búsqueda en sus manos. En 2007, Juan pudo irse a estudiar a Estados Unidos, donde también esperaba encontrar a su hermano perdido.

Luego de varios intentos, incluso mediante la familia de Camilo, no logró nada. En 2018 tuvo su único avance: cuando se postuló en una compañía de registro de ADN llamada My Heritage, que entregan kits de ADN a personas que buscan su árbol familiar. Luego de enviar su historia, recibió el kit y pudo participar.

Tras varios meses, recibió un correo. El 2 de diciembre de 2019 le llegó un mail de su hermano que había tomado el mismo kit de ADN, pero que aún estaba dudoso de comunicarse con algún familiar.

“¡Oye! Soy John, de 34 años y actualmente vivo en Noruega. Fui adoptado en un orfanato en Colombia a la edad de 4 años. No tengo familia conocida, lo cual es parte de la razón por la que tomé este examen. El resultado sugiere que eres mi medio hermano, tío o sobrino”, decía el correo electrónico de Jonathan.

“Así que a menos que tú también seas adoptado, ¡parece que estoy muy cerca de encontrar más información sobre lo que me pasó en Colombia en los años 80!”

No obstante, Juan pensaba que quien le escribía era un familiar de su padre a quien nunca conocía, pues la edad no cuadraba con el resultado.

Sin embargo continuaron conversando y, al intercambiar fotos, descubrió que sí se trataba de su hermano desaparecido. Ahí le contó su versión de su vida, pues nunca supo que había sido secuestrado.

“Él creció pensando que su mamá o su papá lo habían tirado a la calle, pero nunca supo que lo habían robado”, contó Juan.

Su madre recibió la sorpresa de improviso:

“Mi hijo me llamó. Yo estaba aquí en la casa, él oró por mí y después dijo: mamá, lo encontré. Y yo le dije: ¡A Jonathan! Y me dijo: sí. Cuando colgué yo gritaba, dándole gracias a Dios, brincaba, subía, bajaba, llamé a mi familia y a mis amigos”.

Juan viajó a Noruega para encontrarse con su hermano luego de más de tres décadas de haberlo visto por última vez. Desde ahí coordinaron el reencuentro con su madre. Finalmente, llegaron a Colombia el 7 de enero de 2020 y fueron a encontrarse con la familia al día siguiente.

“Esa primera vez que lo vi yo temblaba, toda la familia estaba pendiente de que no me fuera a dar nada, las piernas como que no me daban, yo estaba parada con el letrero de bienvenida y sentía que me desmoronaba”, dice Ana.

“Es un milagro porque donde él estaba era difícil de encontrarlo, eso no lo pudo hacer más que Dios y Él utilizó a mi hijo, porque encontrarlo era como encontrar una aguja en un pajar”, añade la emocionada madre.

Por fin terminó esta tortuosa espera de 32 años, quitándole un peso de encima a toda la familia. Ahora Jonathan ha comenzado a descubrir todo lo que le fue negado por décadas y está feliz.


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