Terrible: Tomó Al Gato, Lo Echó A La Lavadora Encendida Y Publicó El Video En Instagram

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Si te quedaba alguna esperanza en la humanidad, pues esta historia sólo te ayudará a perderla completamente. Y es que un video que ha circulado viralmente por las pantallas de millones de usuarios de internet alrededor del mundo, no es para otra cosa que acongojarse.

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El origen de la historia está en Instagram, red social donde la joven española Eva María Vilchez (19 años) decidió mostrar su “obra de arte”: un video donde muestra cómo somete a un pequeño gato al más atroz de los tormentos.

La joven no halló nada mejor que encerrar a un gatito en la lavadora, echarle detergente y hacer andar la máquina.

Luego de dos ciclos de lavado, el gato murió.

Su único crimen: intentar tener un encuentro íntimo con su gatita.

El hecho, que ocurrió hace dos meses, volvió a la discusión pública luego de que las autoridades detuvieran a Vilchez debido a su repudiable acto.

Las múltiples denuncias en su contra hallaron respuesta en la policía española, todo gracias a distintas asociaciones de defensa de los animales y una buena cantidad de ciudadanos alrededor del mundo que reclamaron por el proceder criminal de esta joven.

Y es que además de torturar al animal, se burló de su víctima y encima la grabó en un grotesco video donde se pueden oír los agonizantes maullidos del animal.

En el video, Vilchez escribió la palabra “gatolavadora” como burlándose, lo que profundizó la sensación de indignación en los usuarios que observaron las imágenes.

¿Cómo alguien puede considerar gracioso un acto tan salvaje y cruel? Nadie que esté en su sano juicio podría hacer algo tan abominable.

La relación de los seres humanos y los animales siempre ha sido conflictiva, pues desde siempre los hemos sometido a distintas categorías.

Especies como las vacas en India, han tenido el privilegio de asumir un carácter sagrado, y han quedado libres de la crueldad con que se las trata en el resto del mundo. También hay muchos animales que en épocas pre-industriales cumplían una función simbólica, que los ligaba con asuntos mágicos o religiosos y por ello se les veneraba como representantes de las deidades.

Pero con el tiempo, varias de esas mismas especies objeto de culto fueron comenzadas a explotar por la calidad de su piel, el sabor de su carne o simplemente su carácter exótico. Varias de ellas ya han desaparecido por completo o apenas sobreviven en un cautiverio artificial fabricado por los mismos humanos, que nos hemos dado cuenta de nuestro error apenas con un margen breve de tiempo para intentar compensarlo. Pero es difícil enmendar el rumbo después de una masacre.

Hace muy poco comprobamos la noticia de la irreversible extinción de los rinocerontes, y la única culpa de que ocurriera es del hombre. El orden natural supone que cada especie debe tener un depredador potencial que controle su población, pero los seres humanos somos una plaga y una amenaza para todas las especies.

Pero los animales domésticos tienen un privilegio: acceden a los hogares de los humanos, dan compañía y seguridad, y por ello se les recompensa con lo que necesitan para su subsistencia física y emocional.

Pero con casos como el de Eva María Vilchez, parece que ese privilegio no es tal. Está claro que este es un caso extremo, pero no son pocos los animales caseros que son maltratados y mantenidos en precarias condiciones por sus dueños.

Hemos manipulado genética y socialmente a los perros a lo largo de la historia, para que nos puedan servir mejor. Pero eso no nos da el derecho de aniquilarnos como se nos dé la gana. Los gatos, que supuestamente se adaptaron a una vida doméstica por su propia conveniencia debido a que la amenaza del ser humano ponía en riesgo su supervivencia.

Y es por ello que nos parecen seres extraños, de comportamiento errático pero adorable. No suponen una amenaza para nuestra vida o bienestar. Y por ello actos como el de Vilchez parecen incomprensibles y abominables. Un abuso de poder fatal.

Por supuesto que estas consideraciones valen sólo para la cultura occidental: en naciones orientales, la carne de perro se consume a diario y es parte de la dieta básica de sus habitantes. Algo que nos puede asombrar e indignar justamente, pero ¿acaso nosotros no hacemos lo mismo con los pollos, las vacas y los cerdos?

Quizás en India ven a la cultura occidental como un grupo de salvajes que no valora animales tan sagrados como las vacas. Y nosotros, claro, damos un grito de horror ante la crueldad de llevar a un perro al matadero.

Sin embargo, lo que hizo Vilchez está completamente fuera de aquello: su acto es desquiciado, una tortura alevosa, producto de una conciencia descompuesta. No puede ser calificado de otra forma el hecho de aniquilar a un indefenso animal con el simple motivo de la diversión.

Tras su asesinato se esconde el placer por causar daño.

Este caso plantea un problema típico de nuestra época: por un lado necesitamos condenar el hecho y difundirlo para que la responsable sea enjuiciada como corresponde. Pero al hacerlo, el contenido abominable adquiere una difusión viral, lo que puede terminar banalizando la situación.

Y luego de ello, al ser expuestos a tantos estímulos horribles, nos volvemos insensibles a hechos que antes nos parecían graves (y que aún lo son, pero que no nos indignan porque son comunes, pasan a ser normales). Además, la sobre exposición hace que lo representado pierda su consistencia y se vuelva un objeto más en la cadena de abominaciones del hombre contemporáneo.

Al menos aún nos quedan algunas herramientas.

Una usuaria de internet decidió realizar acciones concretas para condenarla y abrió una petición para que la mujer pueda ser llevada a la justicia. Su idea es llegar a las 500 mil firmas y no está nada lejos de conseguirlo: puedes revisar la causa en este enlace.

Por suerte, fueron tantos los usuarios que se unieron para condenar el hecho, que las autoridades investigaron la cuestión y lo están juzgando de acuerdo a las leyes (que, dependiendo del país, muchas veces son insuficientes).

Cosas como estas no pueden seguir ocurriendo. Cuidémonos de la insensibilización: no podemos observar impasibles frente a la pantalla del computador como un animal indefenso es violentado sin ningún motivo. Hay que hacer algo.


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