Abandonan A 60 Simios En Isla Desierta Después De Inyectarles Hepatitis B, Pero Su Cuidador No Los Olvida

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Monkey Island (Isla de los monos) es un lugar que queda en Liberia y parece sacado de la película El Planeta de los Simios.

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En ella, una colonia de 60 chimpancés fueron usados en crueles experimentos, donde les inyectaban varias enfermedades. No tenían ninguna habilidad para vivir en la naturaleza fuera del cautiverio, pero de todas formas los abandonaron a su suerte.

Estos simios, sin pedirlo, fueron parte de crueles experimentos científicos que Estados Unidos realizó con la excusa de curar la hepatitis B. Allí eran encerrados desde su nacimiento y se les inyectaban diferentes enfermedades.

Cuando un sangriento conflicto obligó a los científicos a abandonar el país todo empeoró, pues cuando los humanos se pusieron a salvo, los simios quedaron a su suerte.

Pero un hombre decidió quedarse junto a ellos. El liberiano Joseph Thomas trabajó desde sus 20 años como cuidador de estos animales en el laboratorio. Pese al sufrimiento del que eran víctimas en ese lugar, Joseph les acariciaba, les contenía y les daba alimento. Era su único aliado en ese tenebroso lugar.

Con los medios donados por distintas organizaciones para mantener el laboratorio, el hombre logró mantener a salvo esta colonia de simios durante un terrible conflicto que dejó decenas de miles de muertos y refugiados.

Ya en la década de los 2000, los movimientos animalistas habían podido traer al ojo público las crueles pruebas con animales. Por ello, en el 2004 se estableció que ninguna compañía podrá usar simios para realizar experimentos.

Aunque era una muy buena noticia para los simios, seguía la interrogante: ¿qué hacemos con ellos ahora?

No era posible liberarlos en la selva con el resto de los simios, pues no conocían sus reglas sociales, no sabían cazar insectos o recoger frutas, y -como la mayoría estaba infectado con hepatitis B- corrían un gran riesgo de comenzar una epidemia.

Además, debido a lo familiarizados que estaban con los humanos, corrían el riesgo de ser presa fácil para los cazadores furtivos.

La solución entonces fue llevarlos a una isla de las costas del Atlántico, unos terrenos desiertos que en realidad no contaban con comida para toda la población de chimpancés que se quería trasladar allí. Pero gracias a la ayuda de Thomas junto a fundaciones y caridades, han podido sobrevivir armando su propia sociedad. Y, desde que llegaron, la isla es conocida como Monkey Island.

La ayuda económica de Estados Unidos logró que los animales se alimentaran hasta 2015, cuando el ébola arrasó con la población de Liberia. Entonces, las distintas organizaciones caritativas fueron en ayuda de las personas afectadas por el virus, en lugar de seguir haciéndose cargo de los monos abandonados.

Por ello, Joseph Thomas se vio en la obligación de pedir donaciones en ferias que luchaban contra la mortal enfermedad y diversos puestos de comida.

Así es como, a duras penas, fue consiguiendo comida para mantener a estos animales que luchan por su alimento. El hombre les iba a dejar provisiones cada dos días en un bote junto a otros voluntarios. Pero no era suficiente.

Por ello, Joseph fue contándole la historia a quién quisiera escucharlo. Buscó ayuda nacional e internacional hasta que por suerte la Humane Society escuchó su llamado y hoy invierte unos 500 mil dólares en Monkey Island. La cifra, sin embargo, debe crecer junto con la cantidad de integrantes de la colonia.

Hoy, Monkey Island es una leyenda local. Un “Planeta de los Simios” con chimpancés infectados y furiosos, viviendo en una sociedad propia y alejada del resto del planeta. Joseph es uno de los pocos que conoce a sus simios, sus personalidades, sus nombres, y todo el amor y bondad que entregan.

Actualmente, estos peludos habitantes de la isla esperan que Joseph llegue cada dos días para saludarle y recibir su alimento.

Haré esto hasta que ellos mueran o muera yo“, dice un orgulloso Thomas.

Monkey Island es un recordatorio de la crueldad como precio del progreso médico, pero también nos habla del cariño que un hombre ha demostrado por cerca de 30 años hacia estos sufrientes animales.


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