5 Heridas Emocionales De La Infancia Que Te Siguen Dañando En La Adultez

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Resulta increíble, pero las heridas emocionales de nuestra infancia terminan vaticinando la calidad de vida de nuestra vida adulta. Son una suerte de lesión psíquica, fragmentos mal curados que impiden que llevemos una existencia plena o seamos capaces de enfrentar los problemas diarios con mayor decisión.

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Los signos de estas heridas aparecen en infinitas maneras: ansiedad, pensamientos obsesivos, problemas del sueño, actitud defensiva, mayor vulnerabilidad hacia ciertos trastornos, entre otros.

Nunca es fácil lidiar con un pasado traumático, especialmente cuando son marcas originadas a una temprana edad. Es en las primeras etapas de la vida, donde aún carecemos de estrategias personales para manejar y entender ciertas cosas, cuando más nos afecta.

Es muy común que siempre sucedan 5 clases de experiencias dolorosas o heridas emocionales durante nuestra infancia, que terminarán por dejar un evidente impronta en nuestra personalidad. A continuación te contaremos cuáles son, según la definición de la conocida coach y experta en crecimiento personal, Lisa Bourbeau.

Bourbeau es también famosa por haber creado las escuelas y talleres llamadas Escucha a tu Cuerpo.


El miedo al abandono

El peor enemigo de los que vivieron el abandono en su infancia es la soledad. Por ello, es común que en la edad adulta se sienta un temor constante a vivir esa carencia nuevamente. Desde ahí que aparezcan, por ejemplo, una ansiedad a que tu pareja te abandone, entre otros pensamientos obsesivos que incluso se pueden traducir en conductas poco ajustadas. Todo debido al temor de volver a sufrir el abandono.

Estudios como el de la doctora Sharlene Wolchik (Universidad de Arizona), publicado por el Journal of Abnormal Child Psychology, explican que es el miedo al abandono lo que termina por generar las rupturas de pareja. La angustia y el temor continuado genera una dependencia elevada y una presión hacia la otra persona que es muy difícil de manejar.

“Las personas que han tenido las heridas emocionales del abandono en la infancia, tendrán que trabajar su miedo a la soledad, su temor a ser rechazadas y las barreras invisibles al contacto físico”, escribe Bourbeau.

Las heridas que causa el abandono son difíciles de curar, pero se sienten cicatrizar cuando va desapareciendo el temor a los momentos de soledad.


Miedo al rechazo

Esta es una de las heridas más profundas de la infancia, pues implica un rechazo de nuestro interior (vivencias, pensamientos, sentimientos). Puede haber nacido del rechazo de los progenitores, familiares o de pares, y genera pensamientos de descalificación a uno mismo.

Quien padece miedo al rechazo no siente que es merecedor de afecto ni comprensión, aislándose en su vacío interior. Si sufrimos esto en nuestra infancia, es probable que seamos personas escurridizas, por lo que debemos trabajar en las situaciones que nos generan pánico.

Procura ocuparte de tu lugar, de arriesgarte y de tomar decisiones por ti mismo. Así, cada vez te molestará menos que la gente se aleje, y o lo tomarás como algo personal (porque no siempre lo es).


Humillación

Se genera cuando nos sentimos desaprobados o criticados, y podemos terminar generando estos problemas en nuestros niños al decirles que son torpes, malos o pesados, o contándole sus problemas al resto. Esto terminará por destruir su autoestima.

A largo plazo, generará una personalidad dependiente, o incluso pueden terminar siendo “tiranos” y egoístas como mecanismo de defensa. Pueden, por ejemplo, humillar a otros como escudo.

Hay que trabajar en nuestra independencia, libertad y comprensión de nuestras necesidades y temores. Hay que focalizarse en las prioridades que tenemos.


Miedo a la traición, a confiar

Este miedo surge cuando el niño se ha sentido traicionado por alguno de sus padres: incumplir promesas, no proteger, no estar cuando más se le necesita, o mentir. Esto produce una sensación de vacío, una desesperanza que se transforma en desconfianza, rabia, frustración, baja autoestima y envidia.

Se suele desarrollar una personalidad controladora, personas que quieren tenerlo todo atado y vuelto a atar. Es fuerte la necesidad de ejercer cierto control sobre los demás, lo que usualmente se percibe como un carácter fuerte.

Son personas que confirman sus errores por su forma de actuar. Deben trabajar la paciencia, la tolerancia y el saber vivir, así como a delegar responsabilidades y aprender a estar solas.


La injusticia

Se origina en un entorno con cuidadores fríos y autoritarios. Una exigencia fuerte generará sentimientos de ineficacia e inutilidad, lo que impactará la edad adulta.

Según el experto autor en el tema Yong Zhao, el autoritarismo en el hogar y la educación afecta el desarrollo psicológico y emocional de los niños, así como su potencial y rendimiento. Si nuestros derechos son vetados, no tenemos apoyo, consideración ni cercanía afectiva importante, aparecerán heridas psicológicas graves.

Como consecuencia, debemos trabajar la autoestima, el autoconcepto y la rigidez mental, para lograr la confianza en los demás y una gran flexibilidad.


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