“Analfabetismo Emocional”: Cuando Al Cerebro Le Falta Corazón

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Muchas personas son hábiles en el dominio de múltilpes competencias, disponen de un sinfín de títulos y maestrías, pero hacen la misma gestión emocional de un niño de 3 años. Ese aprendizaje no viene de fábrica y es, lo queramos o no, una asignatura pendiente a la que se le debería dedicar más recursos.

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La mayoría de nosotros sabemos cuáles son los principios de una buena salud física, una alimentación equilibrada y lo más natural posible, algo de ejercicio, dormir cada noche entre 7 y 9 horas diarias y realizarnos revisiones médicas periódicas para asegurarnos que toda va bien.

Sin embargo hay algo que descuidamos completamente, nuestro cerebro. Pero no nos referimos a este conjunto de células nerviosas, estructuras y circunvoluciones. Centramos la atención en los indicadores de nuestra salud emocional, es decir, en esa capacidad para poder sentir la vida y nuestras relaciones, en el estado de esa facultad para entender, controlar y modificar estados anímicos propios y ajenos.

El ser humano es mucho más que una serie de competencias lingüísticas, matemáticas o tecnológicas. Somos, por encimas de todo, seres sociales y emocionales, dimensiones que quedan a menuda descuidadas y hasta infravaloradas en las instituciones educativas. Porque de poco nos sirve saber resolver una ecuación de segundo grado si somos incapaces de comunicarnos con eficacia y de empatizar con los que nos rodean.

El término “analfabetismo” tiene una connotación negativa. Sin embargo no podemos llamar de otro modo a una realidad psicosocial más que evidente. Por ejemplo, en la actualidad se habla mucho de la figura de los líderes transformadores, de personas capaces de dinamizar una organización gracias a su buen manejo de la inteligencia emocional, de la motivación, de su don para producir impacto en los demás y crear entornos donde las personas pueden hacer uso de su creatividad.

En ocasiones se venden idea que en la realidad, brillan por su ausencia. Por eso es bastante común encontrarnos con directivos o líderes empresariales incapaces, no sol de infundir inspiración a los demás, sino con una nula capacidad para controlar sus emociones, su frustración, su enfado. Son como niños de 3 años enfadados por no obtener aquello que quieren, situados por completo en ese pensamiento egocéntrico.

Dimensiones que caracterizan el analfabetismo emocional

  • Incapacidad para entender y manejar las propias emociones
  • Dificultad para comprender las de los demás
  • Esa falta de autoconciencia emocional los sitúa a menudo en terrenos muy sensible. Reaccionan de forma desmedida ante cualquier problema, se sienten agobiados y superados ante cualquier dificultad, sea pequeña o grande
  • No empatizan, son incapaces de situarse en la mirada ajena, de comprender realidades diferentes a la suya.
  • Sus habilidades sociales son muy rígidas y aunque en ocasiones pueden desenvolverse, les falta sensibilidad, asertividad y esa cercanía auténtica con la que crear lazos significativos y no solo relaciones motivadas por el interés personal
  • Además tienen un pensamiento polarizado, represión, racismo o sexismo, narcisismo, necesidad obsesiva por tener la razón

El analfabetismo emocional, es decir, esa falta de recursos psicológicos y mecanismo emocionales con los que manejar mejor dimensiones como la tristeza la rabia, el miedo o la decepción, nos hace a su vez mucho más vulnerables a una serie de trastornos mentales.

Así, condiciones como la depresión o los estados de ansiedad crónica son muy comunes en perfiles con poca o nula habilidad para gestionar mejor esos estados internos.

La importancia de educar en inteligencia emocional

A pesar de que todos saben que hay que educar en inteligencia emocional, entrenarnos en ese habilidad y ser más aptos en materia de emociones, las lagunas siguen existiendo. Aunque en algunos currículums educativos de ciertas escuelas ya aparece como objetivo, no podemos pasar por alto algo igual o más importante. Antes de que maestros y profesores entrenen a los niños en el dominio de sus pensamiento y emociones, también ellos deberían ser entrenado previamente.

Muchas veces nosotros llegamos a nuestra etapa adulta con un mundo de inseguridades. También nos levantamos conscientes de que nos faltan herramientas para dominar nuestras emociones, así como ciertas habilidades para encarar mejor la adversidad. De este modo, si no empezamos en primer lugar por nosotros mismos haciendo autoconciencia de nuestro analfabetismo emocional, difícilmente tendremos ese talento para motivar a los más pequeños, para entrenarlos en empatía, asertividad o en habilidades sociales.

Una buena “analfabetización emocional” nos dota de grandes beneficios. Así, algo que aprendemos en primer lugar es que cada emoción tiene su espacio y su utilidad, que diferenciar entre emociones “negativas” y “positivas” no siempre es acertado, porque en realidad, esos estados que a menudo tanto evitamos sentir como es la tristeza o la decepción, tiene sus espacios de conocimiento, su utilidad y su valioso significado.

De las emociones por tanto no se huye se encaran para saber qué quieren decirnos. Es un modo sensacional de autoconocimiento que nos dota de fortalezas, que ofrece a nuestra mirada un prisma más amplio, a la vez que flexible. Por tanto, no apartemos o despreciemos la necesidad de estar “al día” en materia de emociones”. Atendamos a esos mundos interiores donde saber reconocer, expresar, gestionar y transformar esos sentimientos para que fluyan siempre a nuestro favor y no en nuestra contra.


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